Declaración de intenciones

Quiero escribir. Si pudiese ser profesionalmente sería estupendo, pero de momento me conformo con que lo que escribo sea leído. Esto es uno de tantos experimentos que se hacen para comprobar lo difícil que es conseguir algo tan pequeño.

Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, así que si algún navegante de la red naufraga en este rincón espero que disfrute de este intento de ¿novela? por capítulos que aquí iré dejando.


domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo 2: Un nombre

No digo que fuese amor sincero a primera vista. En realidad, yo creo que no lo fue. Se parecía más a esa adoración que deben sentir las víctimas de un secuestro al, de repente, verse liberadas por un misterioso desconocido.

El amor es algo que surge del conocimiento, la comprensión, la confianza… y en los primeros tiempos estas cosas brillaban por su ausencia. Menos la confianza, que por su parte no sé, pero yo tuve que depositar una suerte de confianza ciega en ella, exponiéndome a cualquier cosa. Impulsos como el que yo sentí no son algo tan infrecuente como podría parecer, quizás no sean tan obvios, pero ocurren. Pero no es tan fácil tirarse de cabeza a lo desconocido cuando estás en tierra firme, por muy yerma que ésta sea.

Pero volvamos a la historia que nos ocupa, si esto no importuna al lector. Todavía puedo sentir un escalofrío de emoción al pensarlo: la seguí.

La ahora llamada Tequila no miró hacia atrás en ningún momento, segura de que seguiría sus pasos y, por supuesto, estaba en lo cierto.

(Norma número uno para tratar con Tequila: prácticamente siempre tiene razón)

Me costó sudor y sangre ir tras ella, a pesar de su vestido y sus tacones se movía con una agilidad pasmosa y a gran velocidad entre la gente que llenaba las calles. Conseguí ponerme a su altura y seguir su ritmo, y aunque ella seguía sin dedicarme siquiera una mirada, vi como sus labios dejaban entrever el esbozo de una sonrisa complacida.
Al rato se paró, y yo con ella. Dándose la vuelta me miró de frente de forma franca y penetrante y de nuevo me besó. Yo, obviamente, respondí a la provocación con bastante entusiasmo… en todos los sentidos. Al separarnos, me cogió de la muñeca y me hizo pasar al edificio que había al lado nuestro. Era un hotel, bastante caro por la pinta.
Seguimos andando hasta el ascensor donde al pulsar el botón y cerrarse las puertas, nos volvimos a juntar. Yo flotaba en una especie de nube mientras íbamos llegando a una habitación. Aunque pueda parecer tonto, aún recuerdo el número: la 107.
Me entran ganas de pegarme una paliza a mi mismo cuando recuerdo cómo al cerrarse la puerta de la habitación me caí de la nube y me asusté. Bueno, en realidad sentía pánico por la magnitud de la locura que estaba a punto de cometer, y eso que entonces yo no tenía ni idea de hasta qué punto lo era.

Tequila, no sé cómo, se dio cuenta y se impacientó ligeramente conmigo:

- Mira, tío, no te obligo a nada, pero si vas a ser un cagado y a la mínima vas a salir corriendo, hazme un favor y lárgate ya, porque no tengo tiempo para perderlo ni contigo ni con nadie. ¿Me has entendido bien?

Vaya. Qué directa. Sí, yo me sentía un capullo integral, al fin y al cabo, era yo quién había decidido ir con ella. Además no era precisamente muy duro continuar con lo que estaba haciendo en ese preciso instante. Pero el problema no era el momento presente, sino el después. Una vez empezado no habría marcha atrás.

“¿Y qué?” pensé, “¿cuántas veces se me va a presentar una oportunidad así?”.

Pero aún tenía dudas

- Sí, digo, bueno, es que se me hace tan raro y ni siquiera me has preguntado mi nombre ni nada, y no sé por qué estoy aquí, y…

Me miró un poco enternecida por mis balbuceos idiotas, como un profesor miraría a un alumno lento pero que se esfuerza.

- A ver… no te preocupes tanto. Estás aquí porque quieres estarlo, no te he preguntado tu nombre porque no quiero saberlo y, no, no estoy loca ni enferma, aunque a ese respecto tendrás que confiar en mí. Si de verdad te preocupa lo del nombre puedo darte uno.
- Pero no será el mío.
- Para mí sí, y eso es lo que nos interesa ahora. Tú serás… hmmm… Equis.
- ¿Qué clase de nombre es ese?
- ¿Lo tomas o lo dejas?

Lo tomé.

Me dejé llevar por la situación. Cumplí con mi papel y Tequila con el suyo, de una forma bastante satisfactoria. Así establecimos un pacto que habría de durar toda nuestra historia: iba a llegar hasta el final, por muy incierto que fuese. Y supongo que ya empecé a aceptar que Tequila siempre tendría la última palabra.

miércoles, 9 de junio de 2010

Capítulo 1: El nacimiento

Ignorante de mí. Aun me rio al recordarme sentado en el bar de siempre, en la mesa de siempre, con la cañita de siempre en la mano, sentado con los colegas de siempre, riendo sin ganas de las mismas tonterías de siempre que, para qué nos vamos a engañar, no tienen demasiada gracia.
Estaba pasando la crisis de los 30 a los 27, con un trabajo que me mantenía pero que yo aborrecía, un piso de alquiler de tamaño demasiado reducido para compartir con una especie de novia a la que no quería ni ella me quería a mí, con la que mantenía una ficción de amor porque pensábamos que no íbamos a encontrar a nadie mejor, unos amigos a los que sería más exacto llamar “colegas” y que sólo mostraban interés por el fútbol, las cañas y las tías buenas que pasaban por la calle. En ese orden.
Y si se me ocurría comentar que me gustaría… no sé, hacer un día rafting, visitar algún país extranjero, ir a un concierto de heavy metal… o algo por el estilo, tenía que aguantar miradas de desconcierto y de condescendencia. Como si dijesen “pobrecillo, pretende hacer algo imposible, dejémosle soñar”. Y entonces la idea moría como tantas otras formuladas anteriormente.
Estaba frustrado, lo tengo que reconocer, pero no puedes echar de menos algo que nunca has experimentado, así que me las apañaba bastante bien para “tirar pa’ lante”.
Cuando se abrió la puerta del bar lo último que tenía en la cabeza es que la persona que iba a entrar iba a cambiar el curso de mi vida hasta límites insospechados.
Desde el primer momento pudimos comprobar todo el bar que no era alguien normal y corriente. Entró en el bar una chica de esas que sólo se pueden describir como “alucinantes”. Guapa no, lo siguiente, irradiaba una especie de luz y de magnetismo por todos sus poros. Un cuerpazo de bandera enfundado en un vestido rojo sensual pero no descocado, vamos, una maravilla para la vista de cualquier tío. Con una melena castaña que caía lisa hasta la mitad de la espalda y unos ojos color miel que deberían estar prohibidos.
Todas las cabezas se giraban a su paso, pero ella no miró a nadie sino que se fue directamente a la barra. Sus pasos eran gráciles pero a la vez firmes, como dejando claro que ella era quien mandaba y que nadie se atreviese a dudarlo. Apoyó los codos en la barra y distraídamente echó un vistazo al local, deteniéndose de vez en cuando en algo o alguien pero sin variar la inescrutable expresión de su cara. Entonces sin previo aviso me miró a mí. Directamente. Me quedé paralizado, hechizado por sus ojos. Me sonrió y se dio la vuelta. Aunque fue simplemente una sonrisa fugaz, y aunque yo no me daría cuenta hasta un poco más tarde, con esa sonrisa me hizo total e irremediablemente suyo.
Todo el bar estaba en silencio, descaradamente, pero eso a ella no parecía importarle. Disfrutaba complaciendo a su público. Así que se oyó claramente como la criatura despampanante recién llegada le decía al camarero:
- Deme tres chupitos del tequila más caro que tenga.
“¡¿Qué?!” Esa era la pregunta que estaba en las mentes de los estúpidos que observábamos la escena, incluido el camarero que se la quedó mirando pensando que había entendido mal la petición. Ella puso cara de aburrimiento.
- Rápido por favor, no tengo todo el día.
El camarero salió del trance y enrojeció.
- Sí, sí, ahora mismo señorita.
- Bien.
Todos observábamos expectantes, incapaces de imaginar lo que iba a hacer a continuación. Ella con media sonrisilla puso los tres chupitos en fila. Cogió el primero y lo observó con atención. Acto seguido se lo bebió de un trago, siguiendo sin demora con los otros dos a igual velocidad. Ni un parpadeo, ni una mínima mueca. Acababa de beberse tres chupitos de tequila seguidos sin inmutarse. Iba a ser el acontecimiento de la semana en el bar.
Algunos rompieron a aplaudir, otros hicieron algún comentario y otros nos quedamos sin palabras. El bar comenzó a recuperar poco a poco la normalidad. Yo me quedé pensativo mirando al fondo de mi vaso y sin escuchar los comentarios de mis amigos cuando de repente se callaron y el que estaba a mi lado me dio un codazo.
Al levantar mi mirada la vi frente a mí. Mis pensamientos se atascaron. Sólo podía pensar “Dios mío, joder, es increíble, es fantástica”. Ella sonrió un poco como si me leyese el pensamiento, me levantó la cabeza cogiéndome suavemente por el mentón y me besó. Por un momento pensé que me iba a desmayar, nunca se me habría ocurrido que el tequila pudiese saber bien, pero así fue, un maravilloso beso con sabor alcohólico. Balbuceé algo así como que tenía novia y ella me miró con una sonrisa irónica y me dijo:
- Ven conmigo.
Me costó contestar, pero al final el miedo a quedar como un idiota delante de ella hizo que terminasen saliendo las palabras de mi boca.
- ¿Qué?
- Que vengas conmigo
- ¿Dónde quieres que vaya? Ni… ni siquiera sé cómo te llamas.
- Eso no importa, ¿vienes o no?
Supe que o respondía o ella se iría y yo habría perdido mi oportunidad. Mientras en mi cabeza se formaba un torbellino de ideas vi como ella se encogía de hombros y se daba la vuelta dispuesta a marcharse. Entonces tomé la decisión que cambió el curso de mi vida.
- ¡Espera!- grité - ¡Voy contigo!
Ella sonrió de nuevo como diciendo “ya lo sabía” y volvió a andar. Yo la seguí. Madre mía. Con una frase suya abandoné todos mis principios y la seguí.
- ¡Dime al menos cómo te llamas!
- Eso no importa. Si quieres ponerme algún nombre… llámame Tequila.

Una historia con sabor a Tequila: Para empezar

¿Tú qué harías? A lo mejor lo merezco todo, por capullo, pero tú ¿qué habrías hecho?

Me presento, mi nombre es… bueno, no es importante. Mi nombre es Juan Manuel Campos, Juanito para los colegas, pero mi verdadero nombre es Equis. Sí, sí, no miento. Es el nombre que me puso ella, y es el nombre que quiero llevar, el nombre con el que he vivido de verdad. Porque antes de ella, mi vida no era vida. Era un pasar el tiempo aburrido, soso y sin mucho interés. Tampoco nadie me había dicho que podía aspirar a algo más, que en el mundo había cosas maravillosas que una persona como yo podía admirar. Por supuesto que todos sabemos que hay gente que vive al límite, que su vida es un continuo fluir de emociones y estímulos para los sentidos, pero pensamos que son de otra especie que no nos incluye a los seres humanos mortales de a pie.
Hasta que apareció ella y puso mi aburrida existencia patas arriba.
Ah, ¿Que quién es ella? Es difícil de explicar y algo largo de contar. Haría un resumen, pero es imposible comprender lo que ha significado ella en mi vida con un mero resumen. Prometo no aburrirte, ella no lo haría.
Empecemos, como toda historia que se precie, por el principio.